El Insurgente
4 min readJun 19, 2021

No hay lucha perdida más que la que se abandona.

José Martínez Cruz.

Atreverse a preguntar y cuestionar las certezas.

Los resultados electorales no permiten concluir que habrá modificaciones sustanciales al régimen político prevaleciente en nuestro país, por lo que los afanes de la clase dominante para controlar e impedir el descontento social, chocan con las dignas aspiraciones del pueblo trabajador de alcanzar un modo de vida digno.

Y por ello, la historia de represiones como la ocurrida el 10 de junio de 1971, hace ya 50 años, exige tomar medidas de justicia y verdad, pero sobre todo de garantías de no repetición, para que no sigan ocurriendo casos como el de Guadalajara hace un año o el de Mactumactzá hace un mes, donde las desapariciones, muertes y tortura sexual se utilizan como un método y práctica policiaca para imponer el terror contra quienes se atreven a luchar.

No hay lucha perdida, más que la que se abandona. No habrá certeza del triunfo en las luchas por venir, pero habrá derrota segura si no nos atrevemos a luchar.

A la hora del balance de las elecciones en México es necesario reconocer las propias limitaciones para construir una alternativa y apuntar las debilidades y fortalezas que se tiene para superar las adversidades cotidianas. Comprobar que la realidad es más compleja que lo que uno quisiera para lograr transformarla implica reforzar tareas y analizar las mejores estrategias para alcanzar los objetivos de construir una nueva sociedad, donde prevalezca la justicia, la verdad y se respeten plenamente los derechos humanos. La ausencia de una alternativa de izquierda socialista es un factor de confusión y no ayuda a enfrentar los poderosos intereses económicos y políticos de quienes buscan mantenerse en el poder a toda costa. Aquí tenemos el reto mayor, de lograr construir una fuerza organizada de forma independiente, superar la dispersión y división de las organizaciones y movimientos que tenemos objetivos comunes, pero diferimos sobre los modos y maneras de lograrlos.

En estas elecciones no contamos con la alternativa de lucha que tres años antes empujamos a través de la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores (OPT) y del Consejo Indígena de Gobierno, con la candidatura de Marichuy, como en su momento logramos construir la unidad obrera campesina y popular con la candidatura de Rosario Ibarra de Piedra a través del PRT. Los golpes sufridos por los movimientos sociales durante todo el período neoliberal han tenido sus efectos negativos. Las resistencias se mantienen, pero no se ha logrado construir un polo unitario que sea capaz de revertir la situación desfavorable. Durante la pandemia el escenario se ha vuelto más complicado para las luchas, pero hay movimientos que se han expresado de forma abierta y sostenida en pie de lucha, destacadamente el movimiento feminista en su pluralidad de expresiones, las luchas sindicales en contra de las políticas antilaborales o los pueblos indígenas que defienden la tierra y el territorio, por mencionar algunos que permiten sostener la defensa de los derechos humanos ante la represión, las violencias, la inseguridad y los retrocesos como el que representa la militarización y el no esclarecimiento de las desapariciones forzadas y los feminicidios.

En Morelos las elecciones fueron el escenario patético de lo que significa la mercantilización de la política. No solamente por el hecho de que participaron 23 partidos, sino porque 15 de ellos no refrendaron el registro y porque los partidos tradicionales se mimetizaron al grado de que los candidatos brincaron de un partido a otro sin miramiento alguno, con tal de ganar a como diera lugar. No gana el mejor, sino el menos peor, lo que no garantiza que una vez llegando al poder pueda llevar a cabo las promesas que dijeron durante campañas donde prevaleció más la denostación que las propuestas y alternativas.

La simulación de las candidaturas indígenas es una muestra de ello. Aunado a la discriminación prevaleciente, el hecho de que usurparan el derecho de los pueblos indígenas a contar con sus propias representaciones, fue un elemento que indicó hasta dónde son capaces de llegar quienes utilizan los partidos como franquicias electorales a quien pueda pagar más. La negación del derecho a ser municipios autónomos, como hasta el momento sigue prevaleciendo en casos emblemáticos como Alpuyeca y Tetelcingo, es parte de la discriminación prevaleciente contra un sector de la población tan importante en la construcción histórica de Morelos. A 500 años de la caída de Tenochtitlán, sigue estando como asignatura pendiente el reconocimiento pleno de los derechos económicos, políticos, sociales y culturales de los pueblos originarios.

Mientras unos ríen y otros lloran por los resultados electorales, debemos reflexionar críticamente para fortalecer el optimismo de la acción frente al pesimismo de la razón.

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